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De la utopía de una película de ciencia ficción a la realidad del 2020

Y finalmente, comenzamos septiembre … estamos ya en el noveno mes del año. Y ¡qué año!

Hoy, se me ha ocurrido bautizar, como parte de este momento delirante que todos los escritores tenemos: “2020: año pandémico”. E inmediatamente luego de escribirlo, me vino el recuerdo nostálgico de cuando muchos de nosotros brindábamos deseándonos una feliz noche vieja el pasado 31 de diciembre.

Si, en efecto, ya transcurrido 9 meses absolutamente diferentes, inéditos, inesperados, donde aún siguen siendo inciertos los meses que nos quedan por vivir dentro de un estado social y oficial de pandemia global.

Posiblemente cuando llegue fin de año, tendremos como saldo positivo las experiencias que estamos viviendo, las que nos han fortalecido en muchos aspectos, como la aceleración de la transformación de nosotros, de nuestra sociedad y en consecuencia la de nuestras empresas, tal como ocurrió en el pasado con la crisis financiera de 2008.

Comprobaremos que esto no fue ni será el fin del mundo. Y que la vida, sin lugar a duda es, resiliente. Y que ni el mundo ni la humanidad se acaban con esto.

Pero, como es de comprender, este es un cambio que no imaginábamos y por eso mismo nos resulta a todos más difícil de digerir, aceptar y es lógico que tengamos el deseo, muchas veces, de volver a la “normalidad”, ya que este impacto, nos ha modificado casi todas, o todas las situaciones: la manera en cómo vivimos nuestra vida, en cómo nos relacionamos y también las formas de hacer negocios al que estábamos familiarizados.

Día a día estamos viendo que la combinación de la ciencia, el tener la cabeza fría y demostrar amor y respeto por el prójimo, resultan esenciales para poder superar juntos esta experiencia que nos une a todos por igual, aunque no a todos de la misma manera.

El 2020 nos pone a prueba para que seamos conscientes de como nuestro comportamiento y actitud determinan en definitiva la evolución de lo que ocurrirá, como en otras tantas circunstancias de la vida. Sin recetas, sin soluciones mágicas, sin atajos. Con autorresponsabilidad y corresponsabilidad.

Todos, en mayor o menor medida, hemos aprendido y seguiremos aprendiendo mucho. Aunque en quienes tenemos el reto y compromiso de liderar equipos de personas y organizaciones, descansa con mayor relevancia que nunca, mostrar nuestras habilidades de liderazgo. Y liderar fuera de los modelos conocidos. Atrevernos, pero atrevernos en serio, al cambio.

Y esto conlleva la responsabilidad de reforzar la necesidad real y genuina, de seguir adaptándonos, de seguir transformándonos, de ser flexibles y ágiles, preparándonos y ayudando a nuestros equipos para los cambios venideros que nos son desconocidos para garantizar un futuro sostenible a largo plazo. Ayudar a caminar con un verdadero propósito hacia ese cambio meta-social que en tiempo atrás describió Stefhane Hessel, en su libro “indignaos”, para que poco a poco muera lo viejo, lo que ya no nos sirve, no nos aporta, y nazca poco a poco lo nuevo, es nuestro verdadero reto. Aunque muchas veces, esto nos cueste, nos pese, nos de pereza o miedo. Sobre todo, quienes se sienten cómodos en el escenario conocido o en las situaciones que controlan.

Una de las principales lecciones a nivel empresarial y humano que hemos aprendido este año podría resumirse en prioridades clave como: salud, libertad y humildad.

La primera, que lo más valioso y básico que tenemos es la salud y la segunda es la libertad, y en esa escala, porque la segunda puede restringirse en favor de la primera cuando peligra.

Y la humildad, porque …

  1. No vimos venir a un agujero negro que podría colapsarlo todo.
  2. No supimos reaccionar mejor. Las cifras hablan con hechos.
  3. Nos ha pillado con la guardia baja y algo más solos en una sociedad donde íbamos “a tope”, sin demasiado tiempo para nada y de repente se nos paró de forma obligada.
  4. Esto no es una batalla contra algo que vemos y no somos héroes (bueno, tal vez no todos, pero algunos han actuado de manera heroica cuando era necesario).
  5. No sabemos lo que vendrá, y la incertidumbre nos inquieta, nos paraliza, nos desmotiva, nos genera sensaciones y emociones encontradas.

Este año nos recordó que somos humanos. Y nos ayudó a reconocer la gran necesidad que hay que apostar verdaderamente a estar mejor preparados para lo desconocido y dejar de esperar que los problemas nos lo resuelvan otros, o mejor aún creer que existen seguridades ya que estas se construyen cada día con decisiones cotidianas. O con no tomar estas decisiones.

Ahora sabemos qué es encontrar estanterías vacías en un supermercado o vivir en un país donde todos se miran con cierta desconfianza y a distancia porque sus indicadores así lo determinan, como ocurrió en la posguerra civil.

Otro de los aprendizajes ha sido son la cantidad de temas materiales innecesarios sin las que podemos vivir perfectamente y de los trabajos realizables, tras meses de aprender a hacerlo desde casa, sin desplazamientos ni horarios presenciales que tantas veces desestabilizan la vida de las personas y encarecen los costes de las empresas.

Y sin lugar a duda, nos ha devuelto el beneficio de parar, frenar y pensar. Esto me recuerda a una frase de Ismael Santos, ex jugador de baloncesto y escritor del libro ‘Inteligencia espiritual y deporte’: «Hay que volver a lo que realmente nos hace humanos y aceptar que no se puede ir tan deprisa».

Ismael dejó todo hace 20 años para irse a la montaña, donde descubrió la paciencia y el silencio. Precisamente justo aquello de lo que adolecíamos (y tal vez aún adolecemos en los tiempos que corren).

El estrés, el acelere junto con la ansiedad que nos produce la inercia de vivir en un estado constante de movimiento, como ‘robots’ que van del trabajo a casa, y de casa al trabajo, corriendo siempre tan deprisa por tratar de llegar a todo. Y disfrutando cada vez menos.

Hemos reflexionado que en una sociedad que se basa en la productividad extrema y el consumo permanente, en la que la maratón de 14 horas al día persiguiendo no se sabe muy bien qué, con una mente sin descanso, sin pausa, y que de repente se nos impuso un parón forzado.

¿Recordáis la expresión de “el dolce far niente”?

Es una expresión italiana que nos recuerda que por ese afán constante de ‘aprovechar el tiempo’, muchas veces perdemos la posibilidad de disfrutar en lugar de sufrir cuando no se está en alguna actividad. ¿Acaso podremos aprender todavía cómo usar nuestro tiempo sin un fin específico?

Otros aspectos positivos que podemos agradecer a este 2020 que no parece querer dejar que descansemos pueden ser a que hemos aprendido a confiar y a desarrollar habilidades de teletrabajo, descubriendo algunas bondades de este que muchos de nosotros no conocíamos, nos ha recordado que somos mucho más flexibles, y capaces de adaptarnos a las dificultades más complejas de lo que posiblemente sabíamos de nosotros mimos.

Y … que la digitalización, bien utilizada, puede ayudarnos y estar a nuestro servicio, si damos la correcta importancia a la familiarización a los Entornos Virtuales.

Hemos recuperado el sentido de la importancia clave la humanidad, palabra que muchas veces parecía estar enfrentada a la rentabilidad, y hoy resulta ser la protagonista, ya que en momentos difíciles es básico un mayor nivel de empatía, de ponernos en la piel del otro, de ser capaces de confiar en la capacidad emocional sin perder el equilibrio como muchas veces se supone, para poder calmar las ansiedades y los miedos a las personas que nos rodean. Potenciando y contagiando esa solidaridad y apoyo mutuo de cara al futuro.

Nos quedan cuatro meses, en donde podemos reescribir cómo queremos seguir adelante. Los que nos dedicamos a acompañar a los líderes a innovar en sus formas de gestión nos gusta trabajar con una herramienta a la que se le denomina: manifiesto.

Un manifiesto es un documento o escrito a través del cual se hace de manera pública una declaración de propósitos o doctrinas sobre algo específico y sirve para difundir estrategias y objetivos.

Hoy, líderes somos todos. Líderes de cada uno de nosotros, de nuestras familias, de nuestras empresas, de nuestros clientes, de nuestros mercados, de nuestras decisiones, de nuestros silencios, de nuestros miedos, y de nuestras incertezas. Y de nosotros mismos.

Por ello os propongo una idea; ¿que os parece si cada uno de nosotros crea su propio manifiesto de cómo seguir adelante?

Tal vez, nos sirva de guía y nos inspire si lo compartimos con quienes nos rodean, o simplemente para nosotros de forma individual. O también pueda servir a futuras generaciones, para que aquellos que leerán los libros de historia, y puedan tener una reflexión positiva del momento histórico en donde pese a que las circunstancias fueron adversas, pero pese a ello, los protagonistas pudimos construir un camino nuevo de como seguir adelante. Juntos. Y finalmente, hemos evolucionado con ello.

Lorena Rienzi

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